lunes, 5 de mayo de 2008

Sociedades

Todo transcurría con calma en la mesa del bar. Una estabilidad dada por la organización imperante, mantenía el fluir de las cosas con demasiada quietud. Cada uno tenía un lugar, una función. Algunos lógicamente eran más importantes que otros y otros, no eran más que simples cuatro de copas.

Extrañamente había ciertos integrantes que la estaban jugando callada. Ideas modernas dominaban sus conversaciones secretas. Señas imperceptibles, totalmente cuidadas, eran la única vía de sus mensajes ocultos. Planeaban sumar más y más adeptos a su causa. “Es hora de poner las cartas sobre la mesa” - gritaban enfurecidos. Manifestaron que la razón de todos los males eran los porotos, que eran estos elementos los que fomentaban la desigualdad, generando así la marginación de unos cuantos. No se podía seguir más marcando cartas y poniendo comodines, era el momento del cambio, de la revolución…

Fue así como poco a poco las cartas tapadas se dieron vuelta. Una multitud rodeó la mesa. Al grito de – “¡chinchon chinchon!” la mesa quedó completamente tomada.

A partir de ese día todo cambió radicalmente. El ancho de espada había perdido todo su poder, los porotos no solo no servían, si no que quien los tuviese se encontraba en una situación bastante complicada. Se escucho de gente que llego hasta restar de a diez.