lunes, 22 de junio de 2009

Conversaciones N°3

A mi lo que me molesta de los antidepresivos, es que para tomarlos tengo que admitir que soy un depresivo.

Y eso me deprime…

sábado, 13 de diciembre de 2008

La mudanza

Agotado. Así, mientras me encontraba tirado en la cama, era como me sentía. Es que las mudanzas tienen la capacidad de, con cada objeto, consumir toda la energía que uno pueda llegar a tener. Las cajas, la explicación de la manera en que el papel de diario debe vestir cada uno de los platos. Lo que va en el cuarto, lo que tienen que dejar en el living, lo que se rompe y lo que no se puede ni rallar.

Lo mejor es la cantidad de cosas nuevas que uno encuentra. Algunas que estaban dadas por desaparecidas y otras, que uno ya nunca buscó, pero que al momento de verlas, inmediatamente, en una milésima de segundo y sin pedir permiso, ni avisar, te transportan a lugares, momentos y situaciones que uno quizás recordaba, pero que a través de ese objeto, se encontraba viviendo.

Las cosas cobran vida, creo yo, cuando desaparecen. Lugares insospechados, han sido el escondite de muchas de mis llaves. Mis bolsillos me regalaron dinero muchas veces y “¿Cómo llego esto acá?” repetí en varias ocasiones mientras sostenía algo con mis manos y miraba con sorpresa un cajón, una alacena o una mesita de luz. Es como si lo hicieran apropósito.

Cada vez que algo desaparece un vaso es dado vuelta en mi casa. Siempre me dio bronca, pero mi mama hacia eso cuando yo gritaba “¡donde está, si yo lo dejé acá!”. En realidad lo que más nervioso me ponía es que todo aparecía después de realizado tan estúpido ritual y, con una sonrisa que yo odiaba, mi madre soltaba un “viste, fue el vaso”.

La verdad es que si bien, con mi familia nos mudamos dos o tres veces, esta era la primera en la que el responsable era yo, la casa, era la mía.

La verdad todo el tema paso rápido, los tipos de la empresa de mudanza son increíbles, suben muebles enormes por escaleras angostas sin expresar ni un gesto de fastidio, son hormigas que corren, cargan, llevan, traen, todo de manera automática. Ellos viven todos los días momentos que, para quienes los contratan, son únicos, súper especiales, como la gente que trabaja en casamientos o en una casa de sepelios.

El cansancio era mental ya que no fui yo el que hizo fuerza, pero me encontraba abatido y perdido con todas esas cosas desparramadas por ahí. El solo hecho de pensar en acomodar, me obligaba a quedarme tirado, en esta cama.

A los pocos días ya tenía todo en su lugar, precisos esquemas mentales, que en breve serian olvidados, organizaban todas mis cosas. Yo, la verdad que soy desordenado, pero sé muy bien donde dejo todo. Por eso es que no entendí esta primera desaparición.

Era la remera del torneo que fui a jugar a Mar del Plata. Fue un viaje maravilloso de hacer y por eso, aunque me queda apretada, siempre con orgullo la suelo usar por mi casa, por la calle sería un poco ridículo y no podría andar explicándole a la gente las historias de cada una de mis prendas. La había dejado en este placar entre todas las cosas, en uno de los estantes. Los primeros días no me importó, pero después de un tiempo no entendí como había desaparecido. Me preocupó, no tanto, pero cuando conecté esta con las siguientes desapariciones admito que un poco me asusté. Era un pantalón, que no usaba mucho, pero en este caso lo que desapareció no fue la prenda, si no algo que llevaba dentro. Una invitación a un espectáculo, del que no tengo idea. La había guardado porque en ese papel, que no se cómo llegó a mis manos, había anotado el teléfono de un pintor. Sabía perfectamente que lo había dejado en el bolsillo de la derecha y como era un jean, con esos bolsillos apretados, en los que buscar una moneda es una tarea imposible, no se podía haber escapado.

Tanto como la primera, esta desaparición también la deje pasar y volví a pedirle, a quien me lo había pasado, el teléfono del pintor. La remera me molestaba mucho no poderla usar, pero imaginaba que pronto volvería a mis manos.

El placar era viejo, enorme, me lo dejaron con la casa. Las puertas se abrían hacia afuera y tenían manija, nada que ver con esos que se corren las puertas hacia los costados. Estaba lleno de detalles que recorrían cada borde, cada línea que se pudiera formar. Se encontraba un poco gastado, me había prometido a mi mismo lijarlo y pasarle cera o la pintura que correspondiera. Correr cada uno de los cajones que tenía, era imposible. Además de ser pesados no tenían ni rueditas ni nada que ayudara. Para abrirlos hacia lo que podía, pero para cerrarlos, con una patada bastaba. La madera era maciza, no tengo idea de cuál era, pero hacían muy pesado al mueble. Ni entre todos los muchachos de la empresa de mudanzas hubieran podido correrlo. Creí por mucho tiempo que era esa la razón por la cual lo habían dejado.

De noche como todo lo que está hecho de madera hacia ruidos, que yo escuchaba pero que jamás, me detuve a oír.

Uno de los cajones lo usaba para papeles importantes, otro para las medias, otro para los calzones y el cuarto para cosas como perfumes, cinturones, billeteras que no iba a usar y cosas pequeñas que nunca tienen lugares definidos. Lo que desapareció esta vez se encontraba en ese cajón. Era un reloj, no andaba y por eso no lo usaba. Se había roto hace mucho pero era de muy buena marca y me daba no se qué tener que tirarlo. Siempre que abría el cajón lo miraba, aunque jamás lo saque. Estaba completamente seguro de donde estaba. Era algo que no tenía razón para cambiar de lugar y fue esa la razón con la que empecé a ver con otros ojos todas las otras desapariciones. Ese día Salí apurado y no revolví nada, pero en el colectivo me encontraba fastidiado. Como podía haber desaparecido, me preguntaba. No me molestaba en absoluto prescindir de ese reloj, pero me aterraba lo que pasaba. Estuve muy distraído en el trabajo, no paraba de pensar y analizar que podía estar sucediendo dentro de ese placar. Varios compañeros me preguntaron si me pasaba algo, mi cara no habría podido disimular mi preocupación, pero no podía explicarles a ellos algo que no podía explicarme a mí mismo. Después del almuerzo no aguante mas, y me fui.

Me pedí un taxi, quería llegar lo antes posible. Tenía pensado sacar toda la ropa y cosas que allí se encontraban, pensé hasta en desarmarlo.

Desarmarlo, hubiese sido una gran idea, ya que no me tendría aquí dentro, rogando porque alguien, de vuelta un vaso.

lunes, 5 de mayo de 2008

Sociedades

Todo transcurría con calma en la mesa del bar. Una estabilidad dada por la organización imperante, mantenía el fluir de las cosas con demasiada quietud. Cada uno tenía un lugar, una función. Algunos lógicamente eran más importantes que otros y otros, no eran más que simples cuatro de copas.

Extrañamente había ciertos integrantes que la estaban jugando callada. Ideas modernas dominaban sus conversaciones secretas. Señas imperceptibles, totalmente cuidadas, eran la única vía de sus mensajes ocultos. Planeaban sumar más y más adeptos a su causa. “Es hora de poner las cartas sobre la mesa” - gritaban enfurecidos. Manifestaron que la razón de todos los males eran los porotos, que eran estos elementos los que fomentaban la desigualdad, generando así la marginación de unos cuantos. No se podía seguir más marcando cartas y poniendo comodines, era el momento del cambio, de la revolución…

Fue así como poco a poco las cartas tapadas se dieron vuelta. Una multitud rodeó la mesa. Al grito de – “¡chinchon chinchon!” la mesa quedó completamente tomada.

A partir de ese día todo cambió radicalmente. El ancho de espada había perdido todo su poder, los porotos no solo no servían, si no que quien los tuviese se encontraba en una situación bastante complicada. Se escucho de gente que llego hasta restar de a diez.